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viernes, 27 de agosto de 2021

Geroni Rosselló, LAS TRES VIRTUTS.

LAS TRES VIRTUTS.

I.

LA FÉ.

La víu partir...! l'hom de son pit l'axella:

Dels fals saber l'oratge se l'emporta:

Cauen totas las flors; l'ánima morta

Camina dins la fosca e's pèrt dins ella.


Sanglotant la Poesia santa y bella

Fuig aterrada, e'l còr s'en desconorta:

A las tempestas òbri Deu la porta

Ab que a los pobles descreents flagella.


Y èrm es fá el mon, y sanch es la rosada

Que rega els espinals y la matzina:

Y la Pàu mòr y alsa el penons la Guerra.


Y en tant predica el bè la pensa errada,

Cuant de la Fé tan sols la llum divina

Lo mal pot vençre, pot salvar la terra.


LAS TRES VIRTUDES.

I.

LA FÉ.

La ví! Partiarechazada por el ingrato pecho del hombre. Llevósela el impuro hálito de la falsa ciencia; y desde entonces besan las flores el suelo; difunta el alma entre tinieblas temblorosa camina, y entre ellas se pierde.

La santa y bella Poesía huye aterrada: señoreados por el dolor quedan los corazones en triste desconsuelo. Abre Dios sus puertas eternales a sus venganzas borrascosas, azote de los no creyentes pueblos.

Y en yermo conviértese el mundo: sangre es el rocío que salpica los zarzales y las venenosas plantas. Agoniza la Paz y triunfante alza la Guerra sus pendones.

Y en tanto, descaminado el pensamiento, va predicando el bien; cuando de la Fé tan solo la divina lumbre, todas las desventuras terrenales puede vencer, salvar puede el mundo entero.


II.

L'ESPERANÇA.


Ay! no es l'esper en Deu qu'al cèl ens guia,

Lo qui en lo mon ha pres nòm d'esperança:

Qui espera els bens terrenys a tota ultrança,

No dú lo sant amich per companyia.


De rosas que se moren cada dia,

L'ilusió de texirne no s'en cança;

Mes, dels espers d'eterna venturança,

¿Ont es la copa en que lo mon bevia?


Marcit l'amor de Deu ¿qui en éll espera,

Cech l'esperit qu'el mal desitx devora,

Li plau d'oír la veu qui 's mentidera.


La qui riu de la tomba en l'altre vora,

Qui mostra el bó eternal en l'alta esfera...

Oh! aquesta es morta já, y ningú la plora!


II.

LA ESPERANZA.

Ay! no es aquel esperar en Dios, celeste guía del cielo, el que en el mundo ha tomado el nombre dulcísimo de esperanza. No tiene, no, el santo amigo por compañero, quien en los bienes terrenales espera.

En verdad que no se cansa la ilusión de tejer su engañosa guirnalda con rosas de un solo día. Mas ¿dónde está la copa de las esperanzas de dicha eterna en que el mundo su ardiente sed apagaba?

Muerto ya el divino amor ¿quién cifra en él su ventura? Ciego el espíritu y devorado por el fuego de las malas pasiones, solo se deleita escuchando la fementida voz del engaño.

Aquella visión purísima que nos sonreía más allá de la tumba, mostrándonos las eternas bienaventuranzas del cielo; aquella no existe ya, y... nadie tiene lágrimas para llorarla!

III.

LA CARITAT.


La Caritat, el foch que a Deu acosta,

Lo sant amor qu'el mon va fer reviure,

Lo qui 'Is homs feu germans, l'esclau feu lliure,

Qui, per Deu, ens ajuda en l'áspre costa;


La Caritat, árbre es que ja no brosta;

L'hom ab l'amor de sí li talla el viure,

La pena ja no veu son dols sonriure,

Ni 'l jemech del dolor òu sa resposta.


Si lo bé 's fa, d'amor a Deu la flama

No hi troba l'ull; apòstols nous etjegan

La gran virtut per sa germana borda.


Cuant a l'humanitat l'angoxa clama,

Cuant li demanan l'áncora els qui 's negan,

Sens aquell foch del cor la terra es sorda.

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III.

LA CARIDAD.

La Caridad! ese fuego sublime que a Dios acerca el espíritu: ese amor santo que dio al mundo nueva vida, que hizo hermanos a todos los hombres, que rompió las cadenas del esclavo, y que por amor a Dios en la áspera cuesta nos conforta;

La Caridad! árbol seco es ya que no retoña.

Matóla el hombre con los hálitos de su frío egoísmo, y la congoja no tiene ya el placer de anegarse en la dulzura de sus sonrisas, ni el dolor el de oír las tiernas palabras con que respondiera a sus gemidos.

Si se hace el bien, en vano buscan los ojos en él la lumbre del divino amor: nuevos y falsos apóstoles destierran a la más grande de las virtudes, para ensalzar a la que es su hermana bastarda.

Y cuando la angustia demanda socorro, cuando piden el áncora los que se ahogan en el mar del infortunio, muerto aquel fuego en el corazón, la tierra es sorda.

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viernes, 6 de marzo de 2020

Los Códices son un honor de esta Iglesia. Examinándolos se aumenta la fé.

V. 

Los Códices son un honor de esta Iglesia. Examinándolos se aumenta la fé.

Haciendo mención otra vez del notable trabajo de los distinguidos archivistasseñores Denifle y Chatelain, su Inventario de los Códices de la catedral de Tortosa es de un gran mérito, y revela que los autores no sólo son muy expertos en esta clase de estudios, sino que además conocen bien los archivos y principales bibliotecasde Europa; porque al clasificar algunos de dichos libros, hacen referencia a los de otras bibliotecas, demostrando con ello una erudición muy digna de elogio.

Siguiendo, pues, el mismo orden de dicho Inventario, daremos a conocer los Códices de esta catedral, tomando por base las clasificaciones de aquellos archivistas respecto al siglo en que fue escrito cada Códice. Creemos prestar con ello un servicio a la historia en general, y particularmente a la de esta iglesia, vindicando además a los siglos pasados de las falsas imputaciones de, obscurantistas, retrógrados, etc.

Otra observación nos ocurre al hojear estos voluminosos Códices, escritos casi todos en pergamino, con caractéres que son verdaderos objetos de arte, y muchos de ellos adornados con preciosas viñetas y dibujos del major gusto. Es, que al pensar que todo era para adquirir y propagar la ciencia, que se exhibía engalanada con tanto lujo y esplendor; preciso es reconocer la importancia que entonces se daba al estudio, cuando de tal modo se prodigaban los atractivos a fin de hacerlo más agradable y honroso.

Y si a esto se añade que la Iglesia, institución divina y civilizadora, cumpliendo con su elevada misión de difundir la luz en el mundo, empleaba cuantiosas sumas para ilustrar al clero, al efecto de que este instruyese después a los fieles; dígase, si reflexionando esto no es la más negra ingratitud e injusticia, pretender negar a la Iglesia el título de primera Maestra de la humanidad, y centro de toda cultura y civilización, como lo es realmente.

También nos ocurre otra idea al examinarlos Códices, principalmente los que tratan de asuntos religiosos o de sagrada liturgia.

Cuando uno observa la inconstancia de las cosas humanas, y esa tendencia a cambiarlo todo, de tal manera, que cada época se distingue por sus aficiones y estilos; y hoy no gusta lo que se admiraba ayer, porque el deseo de la novedad parece que sea condición inherente al hombre; viendo, pues, esto, y observando por otra parte que en medio de esta habitual inconstancia, se levanta majestuosa la figura de la Iglesia, firme en sus principios y constante en sus ritos y tradiciones, desde luego se ha de deducir que una mano superior debe dirigirla.

Esta reflexión se ofrece al ver en un Códice del siglo XI igual Cánon de la Misa que el que se usa en la actualidad. Lo propio sucede con los demás Códices que contienen libros de la Sagrada Escritura, o de los Santos Padres, que habiendo sido escritos por amanuenses de distintas épocas y naciones, no aparece en ellos la más leve discrepancia en todo lo que concierne a la doctrina católica.

Es muy cierto que al examinar los Códices se aviva la fé. Más de una vez hemos presenciado en el archivo de esta catedral, que han hecho manifestaciones en este sentido personas indifentes en materias religiosas, las cuales comenzando por hojear los Códices por mera curiosidad, concluyeron admirando los dogmas y enseñanzas de la religión católica, y la constante solicitud de la Iglesia al conservar el sagradodepósito de su doctrina, con la mayor pureza, por medio de los Códices.

Luego no exajeramos al decir que examinando estos libros la fé aumenta. Porque si al contemplar nuestras grandes catedrales, obra de siglos, donde una larga serie de generaciones empleó sus esfuerzos y recursos para llevarlas a término, deducimos con fundamento, que tanta constancia y sacrificios no se conciben sin que la fé guiase los trabajos, y alentase a todos con la esperanza de eterna recompensa; iguales reflexiones ocurren al ver un Códice, en el que se empleó un buen número de años, y donde el escritor se ocupó días y noches en un trabajo monótono, practicado con tal paciencia que excede toda ponderación. Ni se concibe tampoco la abnegación de los que pagaban gastos tan enormes, en épocas de gran penuria, si lo que se escribía en dichos libros no contuviese verdades y máximas en las cuales se funda la esperanza de la felicidad en la otra vida.

Todo influye a mirar con respeto los Códices; ya sea por lo que se refieren al arte, ya también considerándolos bajo su aspecto histórico y religioso.